Navidad en tiempos de pandemia

 “El trabajo pastoral con los pobres es el objetivo del Arzobispado de Barcelona para el próximo año litúrgico”. Así lo anunciaba el cardenal Joan Josep Omella, arzobispo de Barcelona, en el retiro diocesano de Adviento celebrado el pasado 21 de noviembre. Esta Navidad es necesario que tengamos más presentes que nunca a los pobres, cuya existencia contradice el «sueño de Dios». Mn. Josep Matías, delegado episcopal de Cáritas diocesana, los identificó claramente al hablar del contexto en el que abordamos este nuevo año del Plan Pastoral: “Los que pasan hambre, no tienen vivienda digna, un trabajo en condiciones, tienen que migrar de la miseria y la violencia, quizás son mujeres maltratadas o sufren soledad no deseada”. Querríamos vivir esta Navidad haciéndoles protagonistas. Dejémonos guiar por el testimonio y reflexión de Maria Victòria Molins, stj.


El pasado vuelve 

Barcelona, 1942. Yo tenía entonces 6 años. Era la quinta de nueve hermanos. En la Rambla de Catalunya los pisos del plan Cerdà eran, y son aún, un verdadero lujo, con un amplio recibidor, un pasillo con siete habitaciones, dos baños, sala, cocina, despensa, comedor, dos galerías… ¡No era exactamente el nivel de mucha gente en plena posguerra con cartillas de racionamiento y recuerdo reciente de pérdidas familiares! Pero en la comida de Navidad todo empezaba en mi casa recordando a los que sufrían y no lo podían celebrar, evocando a las familias de las barracas, las que lloraban a sus difuntos, haciendo lo posible para vivir la esperanza cristiana de lo que celebrábamos. Mi padre, un abogado inteligente y –por encima de todo- un cristiano auténtico, lo primero que hacía antes de sentar a todos en la mesa, ese día con el mantel de hilo bordado y reservado para las fiestas, la vajilla de porcelana y las copas de cristal, era dar gracias a Dios y recordar a los que pasaban hambre, los que no podían celebrar la Navidad, los que aún sufrían las consecuencias de la guerra y de las ideologías… Y si alguno de los hermanos mayores recordaba con melancolía la Navidad de “antes de la guerra”, papá enseguida cortaba la cuestión, diciendo que no podíamos vivir siempre recordando el pasado, sino abocados a la esperanza del futuro y al gozo del presente. Era el momento en que nos invitaba a prescindir de algo que nos gustara para llevarlo todos junto al Hospital infantil de Sant Joan de Déu o al Cottolengo. Nunca agradeceré lo suficiente a mi formación familiar esa manera tan sencilla de enseñarnos el valor de la gratitud, la esperanza y la solidaridad con todo el mundo. Me recuerda las palabras del Papa Francisco hablando precisamente del valor único del amor, en su encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social. “Invito a la esperanza, que nos habla de una realidad que está arraigada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive”. (Fratelli tutti, 55).

Un presente muy especial 

Desde hace unos meses –pasado el pico más alto de la covid19 en el estado de alarma y el confinamiento total- se hablaba de la “nueva normalidad”. Es fuerte que encontremos normal una situación que no es habitual, que no es la que se vivía hace un año, a pesar de que sea una manera nueva de ser normal. Mi profesor, filósofo y poeta, José María Valverde (1926-1996) diría, con un dedo en la mejilla en actitud de pensar algo inaudito: “¡Qué paradoja!”. Y uno de los más apreciados pensadores del momento, Francesc Torralba, dice: “No me gusta porqué realmente no es normalidad esta manera de vivir a la que nos ha abocado la pandemia del covid19.”

(Entrevista con Pere Martí, comentando el nuevo libro “Vivir en lo esencial”, Plataforma Editorial, Barcelona, 2020, el 12 de junio de 2020 publicada en Nació digital). Y tampoco consideramos muy normal una Navidad en que no se pueden reunir más de seis personas para celebrar… ¡Este año ni la sopa de galets de Navidad ni los canelones de San Esteban los podremos comer todos juntos! Pero si esto es un inconveniente, no podemos olvidar lo que será para muchas familias prescindir de la “antigua normalidad” de la paga extraordinaria, o incluso, de la ordinaria… porqué ni el ERTO les llega, habiendo perdido el trabajo. Hago una llamada a todas las familias que, aunque tengan que reunirse en “petits comités” de seis familiares, vivan este tiempo litúrgico tan emotivo con la virtud de la esperanza por un lado y la solidaridad por otro. Os aseguro que, cuando tengáis como yo más de ochenta años, recordéis esta Navidad de la pandemia del 2020 con el gozo que nada tiene que ver con los galets, el árbol, los regalos o la verbena de año nuevo. Cuando la Navidad –los años anteriores- se celebraba conjuntamente con los abuelos, hijos y sus parejas, nietos y biznietos, el grupo tan diverso i a menudo con conflictos escondidos, o bien se acababa mal o era una fiesta agradable pero un poco superficial y agotadora por los anfitriones. Ahora, en la intimidad de los seis reunidos –norma que tendremos que respetar- se podrá vivir una intimidad que nos ha propiciado los meses de confinamiento, por lo menos para los que han podido hacerlo en un piso o vivienda en condiciones –que no son la mayoría-. 

Vayamos a las raíces 

No olvidemos qué es lo que celebramos. Las fiestas de Navidad no son para nosotros, los cristianos, unas “vacaciones de invierno”; no son la locura de los regalos inútiles del Padre Noel o del Tió, aunque se disfrute en familia de todo esto. Cada año –y este de la nueva normalidad también conmemoramos el hecho más importante de la historia de la Humanidad: que Dios se introduce en nuestro mundo como un “hombre cualquiera”. Es decir, como un niño igual que todos en la primera fase de la vida humana. El hecho que cambiará para siempre nuestro concepto de Dios, a través del mensaje que, años después, nos comunicará Jesús como “Buena noticia”: que Él ha abrazado la humanidad y que, al revelarnos que es padre de todos, nos ha hermanado también a todos. Yo propongo que esta Navidad sea diferente: - quizás menos lujosa: porqué sería un gesto de solidaridad por parte de los que la pueden celebrar sin muchas restricciones pensar en todos los que lo pasan mal - quizás más esperanzada: porqué la virtud de la esperanza que –como la fe y el amor- es teologal, o sea un don de Dios, se necesita más cuando es más difícil lo que se espera: que seamos liberados de este virus… - i quizás, para acabar: que esta Navidad y Año Nuevo sea el principio de una nueva manera de vivir, como nos señala el papa Francisco en la Frattelli tutti: “Pasada la crisis sanitaria la peor reacción sería la de caer, aún más, en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final no haya un: “los otros” sino solo un: “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia, del que no hayamos sido capaces de aprender.” (F.T. 35). 

Preguntas: 

- Esta Navidad: ¿cómo haremos presentes los pobres en nuestra vida? 

- ¿De qué manera podemos descubrir a Jesús en el trato con ellos? 

- ¿Cómo pensamos celebrar la Navidad en casa? ¿Y con la gente que no podremos ver? 

Para profundizar y atestiguar: 

- Retiro diocesano de adviento: https://www.youtube.com/watch?v=C93ncFHT85Q 

-Comida con los pobres de la Comunidad de Sant Egidi: http://archive.santegidio.org/cat/pranzodinatale/index.htm 

- Hijos e hijas de un peregrino: Hacia una teología de las migraciones. Alberto Ares Mateos, SJ. Cuaderno 206 CiJ: https://www.cristianismeijusticia.net/es/hijos-e-hijas-de-unperegrino-hacia-una-teologia-de-las-migraciones

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